viernes, 4 de marzo de 2011

Batalla de Guayaquil, 24 de septiembre de 1860.


En los días anteriores a la Batalla, las tropas de García Moreno habían acampado en Guaranda. Al tiempo que los soldados se alejan de Guaranda, empiezan un difícil descenso hacia la Costa, que obliga a atravesar el río Cristal, entre paisajes selváticos y exuberantes.

Llega el ejército comandado por García Moreno y por el veterano ex presidente Juan José Flores a las cercanías de la población de Babahoyo, ocupada por las tropas de Franco. En este punto, se da un fuerte enfrentamiento armado, en el que el mismo General Guillermo Franco recibe dos heridas de lanza en su espalda, y salva su vida trepando rápidamente a una embarcación y huyendo hacia el sur, a Guayaquil, a través del río Babahoyo.

El encuentro termina con la toma de la plaza, por parte de las tropas de García Moreno, y con la captura de cincuenta prisioneros, tres cañones, fusiles y municiones.

Al día siguiente, un toque de corneta congrega a los soldados en la orilla izquierda del río para iniciar la marcha sobre Guayaquil. Se calcula que en aquel momento se movilizan alrededor de tres mil soldados en conjunto.

Para cruzar el río (que en aquella parte tiene doscientos metros de ancho), las tropas utilizan canoas, balandras y balsas en las que además deben introducir sus cañones y caballos. Se movilizan hacia el occidente y llegan al río Daule (con cien metros de ancho), y también lo cruzan. En este lugar reciben la adhesión de cerca de ochocientos soldados manabitas, que han llegado para luchar contra los franquistas.

Era conocido por parte de las tropas que se dirigían a Guayaquil, que varios meses antes, el 25 de enero de 1860, Guillermo Franco había negociado y firmado con el gobierno del presidente peruano Castilla, el Tratado de Mapasingue (también llamado Tratado Franco-Castilla), mediante el cual se reconocían como peruanos algunos territorios amazónicos en disputa entre el Ecuador y Perú, a cambio del reconocimiento de Franco como Presidente del Ecuador y el aprovisionamiento a éste con armas, municiones, uniformes, hombres y dinero.

Pero al encontrarse en las orillas del río Daule, llega a conocerse por las tropas de García Moreno, que el Gral. Franco, en su afán de obtener más ayuda del gobierno de Castilla, habría declarado a Guayaquil como parte integrante del Perú.

El ejército comandado por García Moreno continúa descendiendo por el margen derecho del río Daule. Por fin, divisan a lo lejos las tres colinas emblemáticas de Guayaquil: Santa Ana, La Tarasana y la Planchada.

Las condiciones del asalto a la ciudad son extremadamente difíciles, Franco ha fortificado la ciudad con la ayuda del gobierno peruano, y tiene a su disposición, sobre los tres cerros antedichos, más de 24 cañones y alrededor de mil hombres armados con modernos fusiles, que esperan la llegada de las tropas de Flores y García Moreno por el norte. Las armas de Guillermo Franco apuntan hacia la pampa denominada Mapasingue, donde se encuentra el ejército comandado por García Moreno.
En el ancho río Guayas, se encuentran dos poderosos vapores de guerra peruanos, el Túmbes y el Martin Guisse, provistos de cañones y fusiles, con la bandera blanca y roja ondeando en sus mástiles.

Las tropas del gobierno quiteño deciden entonces hacer una maniobra de distracción: Durante el día, todos los batallones hicieron un simulacro de asalto a las alturas de los cerros, para hacer que las posiciones del ejército franquista se mantengan sobre el norte. Pero al llegar la noche, quedaron allí únicamente el Primer regimiento de Lanceros y una Compañía del Batallón Manabí con tres cañones. Los demás emprendieron marcha hacia el occidente primero, y luego hacia el sur, trasladando dos cañones, armamento, bastimentos, barriles de agua dulce y varias canoas arrastradas por caballos.

Al amanecer, se encontraban al oeste de la ciudad, en aquel río de agua marina llamado Estero Salado, en un sitio denominado Puerto Liza, y es aquí donde empieza lo más asombroso de la campaña militar.

Se colocaron los dos cañones en las orillas del Estero Salado, apuntando hacia el lugar por donde eventualmente aparecerían los franquistas al darse cuenta de la maniobra.

El testigo presencial, Dr. Julio Castro, relataría el episodio tiempo después afirmando que García Moreno tomó la delantera, dio los primeros pasos y se hundió hasta los tobillos. Se acercó a un árbol de mangle y le dio un cariñoso beso, diciendo a la tropa: “He dado un beso a un mangle, porque nuestro paso a través de esta selva enmarañada, constituye una prenda de victoria”.

Se lanzaron las tropas a seguir a García Moreno, introduciéndose cada vez más en el fango del Estero. Cada uno llevaba al hombro un pesado y obsoleto fusil, y en la cintura una canana.

Algunos soldados prefieren caminar en aquellas partes del lodazal donde no crecen mangles; otros optan por caminar sobre los tallos y raíces. Muchas veces pierden el equilibrio y caen en el fango, quedando todo su cuerpo enlodado.

Pero lo más increíble del traslado resulta la movilización de los dos pesados cañones. Alrededor de veinte soldados transportaban, diez por delante y diez por detrás, cada cañón, que además estaba amarrado a esforzados caballos, y contaba con un soporte en su parte media. García Moreno, personalmente ayudaba con el transporte de la pesada carga y examinaba la regularidad del terreno que se debía cruzar. En varias oportunidades, la carga se les fue de las manos, hundiéndose en el lodazal, y se vieron forzados a extraerla con indescriptible energía.

Al salir de la marisma y llegar al río de agua salada, habían empleado más de tres horas en 40 metros de camino. En aquel punto, tomaron un breve descanso. Nuevamente, García Moreno lidera el cruce lanzándose al agua para guiar a las tropas.

Cuando llegan a la orilla opuesta, se aprestaban a cruzar otro tramo de pantano, cuando resonó el estampido de un cañonazo desde Guayaquil. Imaginemos el susto de las tropas que temían ser atacadas en un terreno donde difícilmente podían dar un paso al frente sin caerse.

Los Franquistas se habían dado cuenta de la ausencia del grueso del ejército quiteño por el norte, y mandaron hombres a inspeccionar por los alrededores de la ciudad.

Momentos después de haber escuchado el cañonazo, contemplaron a doscientos soldados franquistas, que dispararon sus fusiles contra los soldados que se encontraban en el manglar.

Flores recurrió a un atinado ardid, ordenando que todas las cornetas diesen señal de ataque, haciendo que los franquistas huyan aterrados ante el gran número de soldados que se encontraban en el manglar; lanzaron otra descarga sin causar bajas y regresaron a Guayaquil para traer consigo un contingente bélico mucho mayor.

Mientras tanto, las tropas de García Moreno pudieron terminar su travesía por el Estero Salado. Con gran emoción observaron a Guayaquil hacia el norte. Eran las cinco de la tarde del 23 de septiembre de 1860 y García Moreno, pedía la intercesión de la Virgen de la Merced, con las siguientes palabras: “¡Virgen Santísima de la Merced!, estamos en la víspera de tu fiesta, concédenos el triunfo definitivo: yo, en señal de gratitud te proclamaré oficialmente la Patrona y Protectora del Ecuador”.

El grueso del ejército que defendía al triunvirato en Quito empezó a formar columnas de ataque. Iban a pie, incluso los de caballería, ya que los caballos no habían podido ser trasladados hasta este punto. Los de infantería tenían anticuados fusiles, que requerían una ceba de pólvora encendida, mientras los franquistas utilizaban modernos fusiles de asalto donados por el gobierno del Perú.

Hacia las once de la noche se aproximaron a las afueras de la ciudad, y en ese momento la campaña presentaba una sola alternativa: la victoria; ya que en caso de sufrir una derrota estaban impedidos de huir por el cerco natural del Estero Salado; aquella situación significaría su muerte.

Se encendió la batalla.

Los franquistas eran inferiores en número, pero tenían el enorme apoyo de los vapores de guerra peruanos Túmbes y Guisse, que abrieron fuego y no cesaban de cañonear a las tropas de García Moreno, causando gran número de bajas.

García Moreno dirigía al grupo de los lanceros blandiendo su propia lanza. Poco a poco los franquistas perdían sus posiciones, ante el avance de las tropas llegadas desde Quito.

Después de dos horas de lucha, el ejército unificador logró ocupar el Cuartel de Artillería y el parque de guerra. Hubo tres horas de tregua, que los franquistas aprovecharon para huir hacia los cerros Santa Ana, La Tarasana y La Planchada. La mayoría de cañones de Franco habían sido volteados apuntando hacia Guayaquil, mientras unos pocos continuaban apuntando hacia Mapasingue, donde los batallones dejados por García Moreno seguían atacando.

Ya son las cuatro de la mañana del 24 de septiembre de 1860, día de la Señora de las Mercedes.

Los soldados de García Moreno se dirigen a la lucha en las colinas fortificadas. Vuelven a escuchar el estremecedor estruendo de las baterías y fusiles de los vapores peruanos. Varios soldados caen heridos por los proyectiles y granadas, pero los demás siguen avanzando y empiezan a trepar por las colinas. Saben que no pueden desperdiciar sus cartuchos disparándolos contra los vapores de guerra peruanos porque solo cuentan con fusiles anticuados de poco alcance. Los peruanos están peleando como si Guayaquil fuera parte integrante de su país.

Se desata la batalla en las alturas. Las tropas unificadoras han capturado un cañón del enemigo. Los tres cerros de Guayaquil parecen volcanes erupcionando por la cantidad de descargas y explosiones en medio de la oscuridad de la madrugada.

Al rayar el alba, la victoria sigue sin decidirse. Las tropas de García Moreno empiezan a sentir impaciencia y descontento. En esos momentos la lucha es mayoritariamente cuerpo a cuerpo, utilizando bayonetas, y con disparos a quemarropa. Caminando a gatas o reptando. Varios soldados del gobierno de Quito logran tomar por sorpresa a los artilleros y fusileros de Franco, y aunque la gran mayoría caen bañados en sangre, provocan más bajas en el ejército franquista.

Con los primeros rayos de sol de esa mañana, se decide la victoria a favor del ejército de Flores y García Moreno; los soldados gritan ¡Triunfo, Victoria!

Abajo, en la orilla derecha del manso río Guayas, Franco se da cuenta de la completa derrota de sus tropas. Herido y vencido, aborda un esquife junto a sus principales oficiales, y navega por el río en dirección del buque de guerra Túmbes; sube por la escalerilla y casi inmediatamente la nave empieza a deslizarse con rumbo al Callao.

Poco después, el Jefe Supremo Don Gabriel García Moreno se dirige a la calle del Malecón, y entra en casa de su anciana madre. Se arrodilló. Le pidió la bendición. Le abrazó. La besó en la frente, diciéndole: “En el día onomástico de Usted hemos conseguido la victoria, que sin duda es obra de la Virgen de las Mercedes”. Su madre lloró de gozo.

Inmediatamente, se retiró la bandera peruana de la Gobernación y del resto de edificios públicos, izándose en su lugar el tricolor amarillo, azul y rojo.

Poco después del regreso de García Moreno a Quito, la Convención Nacional “...considerando que el triunfo de la Causa Nacional ha sido efecto visible de la protección divina, mediante la intercesión de Nuestra Señora de las Mercedes; decreta:

Artículo 1º Se reconoce a la Virgen Santísima en su advocación de Mercedes como Patrona y Protectora especial de la República.

Artículo 2º Se declara cívica la fiesta de la enunciada advocación; y el veinticuatro de septiembre será celebrado con asistencia de primera clase”.

El nuevo gobierno del Ecuador, desconoció el Tratado firmado entre Castilla y Franco, el Tratado de Mapasingue; poco después, en 1863, el gobierno peruano del general Miguel de San Román hizo lo mismo sobre la base de que el tratado era simplemente una "exposición ajustada por el jefe de un partido político".

Fuentes:
Dr. Wilfrido Loor; La Batalla de Guayaquil
Severo Gomezjurado; 14 machetazos y 6 balazos.
Efrén Avilés Pino; Melvin Hoyos: Historia de Guayaquil
Parte de Guerra del Gral. Antonio Martínez Pallares

Santiago Salas, SEHE